domingo, 1 de abril de 2012

De: Estela Para: Diago

Querido Diago:

Recién encuentro una bolsa abandonada en la nieve, pensé, en medio de la demencia que embarga mi espíritu, que se trataba de alguna señal de que un noble perdido podría encontrase en las cercanías, pero no encontré a nadie. Diago, os confieso que me he angustiado y mi alma también. Escuché a la brisa decir que salí huyendo de la ciudad, que no asistí a vuestro encuentro por flaqueza, por miedo a la noche y a la luna, pero vos sabéis que no es así o espero que sepáis que no fue así.

Para que entendáis, relato a continuación mi travesía:

Se adentraba noviembre y mi padre me pidió que buscara en la lejanía a mi prima, pues solo confía en mí la seguridad de tan respetable señorita, que como sabéis llegaba ese día desde muy lejos. El clima era turbio y las ventiscas soplaban pero aun se podía ver el horizonte. Tomé el carruaje y salí antes del almuerzo. Llevaba conmigo dos abrigos, mi ropa de invierno, agua y pan, tal como lo preparó Marian.

El camino estaba frío, lo pude notar por las gotas que brotaban de las finas ruedas de madera que parecían navegar por el intransitable camino de piedras y en las otras tantas de barro. Lewis logró sacarme de Charleroi, pero tan pronto crucé las murallas del reino, el invierno se hiso mas evidente y el horizonte desapareció, cual sol se esconde con la llegada de la luna.

Y entonces la tormenta nubló mis ojos y congeló mi cuerpo, Lewis sin saberlo me llevó lejos. Pasaron días y cegada llegué a un pequeño campamento abandonado en la cima de una montaña, parece ser que el frío logró robar almas, incluyendo la mía.

Pero mi desesperación se vio frenada cuando recordé las frases que vos grabasteis en mi corazón “Amada, te veré en la colina, donde prometimos vernos siempre que se acerque el invierno”, y entonces mis ojos se llenaron de lágrimas tibias, mi cuerpo logró moverse y mis pasos, tan lentos como el florecer de un tulipán, volvieron a ser visibles para el tiempo, para el viento y para Lewis. Logré comer, beber y soñar con el regreso a la ciudad.

He resumido, solo como breve introducción a la verdadera intención de este escrito, mi travesía, que me ha dejado en medio del invierno y entre las montañas, en un lugar que seguramente solo Lewis conoce. Pero cómo podría preguntarle a mi hermoso caballo: dónde estamos?, seguramente es imposible que responda.

Diago, no escucheis lo que la brisa dice sobre mí, no me alejé de vos por miedo a la noche o a luna, quién más que vosotros, aventureros en medio de las tormentas, para no temer a los astros que se suspenden en el cielo, dignos de ser admirados y que se pasean sólo con la intención de darnos vida y embelesarnos con su hermosura?

Ese día, nunca quise partir, pero como sabéis, las órdenes del Rey son implacables y podríamos haber sido llevados a la horca, aun cuando vos, con vuestra inmensa inocencia, me dijisteis que quizás Dios jugaría a vuestro favor. Pero ahora sabéis que toda la caballería está en vuestra búsqueda.

Diago, el invierno me seduce y me invita a quedarme, pero no es por no amar el verano. Ambos son hermosos pero sólo en invierno sabéis que tanto puedes llegar a amar y aquí, en medio de la nada, con mis pies helados, sin casi respirar, te recuerdo. Qué hermoso poder amar en invierno! Recuerda que la mayoría ama en verano y cuando el sol se esconde el invierno los lleva a otros lugares.

Y entonces no podeis dudar que mis sentimientos hacia vos son sinceros, porque aún en medio de la tormenta logré ver lo que ellos solo ven en los días soleados e intentaría aún con mis pies agrietados, caminar hasta vuestro reino.

Son pocas mis líneas pero seguiré escribiendo para vos, amado Diago.

Estela.

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