Pequeña princesa de hielo, has estado perdida y agonizando. Es hora de partir...
Diago ha muerto.
Ingenua princesa, víctima de su título y sus cabellos, tus ojos te han condenado a ver ahora lo que hay mas allá de las montañas. Estela, no te has podido salvar a ti misma, cómo pretendías salvar a alguien más? Tu cuerpo es débil, tu aliento se desvanece y las lágrimas, que son eternas, ahora se deslizan por tu hermoso rostro.
Llegaste aquí con tu pieza, con tu inmensa ingenuidad y pretendiste crear de ti aquella figura que rescataba al príncipe de la guerra. Oh, Pequeña! La lluvia cae y moja, el sol sale y calienta; nadie puede detener en sí el ciclo de las cosas, todo pasa. Y es que ese pasar significa que la guerra es para quienes tienen que ir a la guerra. Mira como terminaste: con una espada clavada en tu pecho. Sácala ahora y déjarte ir. Es hora de partir, Estela.
Deja de ver, de respirar, de sentir. Es hora de morir...
Y nadie resucita, pero Lewis...
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