viernes, 19 de octubre de 2012


Son las constantes suspensiones en el espacio lo que provocan las repetitivas nauseas, las ganas de expulsar las pasiones a través de un agujero negro, los fríos y los silencios. 

Estos espacios de tiempo en donde la indiferencia parece que se apodera de los dedos y palabras. El desfallecimiento por los constantes movimientos de estas pequeñas esperanzas llenas de grandes quebrantos, descansos de medio tiempo. Así, para calmar, para darle paso al aire a llenar los pulmones para luego hundirse otra vez y volver a luchar contra marea, a jugar a estar seguro que se va a morir, teniendo la certeza que esta vez sí se va a morir. La última lucha, los últimos segundos viendo aquella luz que tiembla entre las olas y la maldita hipoxia que continuará ajustando cuentas con un cuerpo tembloroso, por el frío, por los silencios. 

Y entonces sólo queda una opción, la misma que las otras veces. Quedarse quieto y esperar a que explote; a la espera de la trombosis que quizás te haga explotar. Y el ciclo se repite. Tu cuerpo no es el mismo, tus sentidos se adormecen cada vez más. Estar a flote viendo el sol y oyendo los buitres volar no parece tan agradable como antes.  La espera. Esperar a que jale otra vez la pequeña y oscura compasión. Los “medio tiempo” se vuelven desagradables.   

"Medio tiempo", desagradable prefacio a la compasión. 

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