viernes, 16 de marzo de 2012

Comunicado N° 2

Siempre miro las estrellas cuando el cielo está despejado, son brillantes y extrañamente hermosas. Recuerdo que en los largos viajes a la playa, cuando era pequeña, por alguna razón regresábamos de noche de Higuerote a Caracas, la mayoría de las veces quedamos trancados en medio de la carretera, era entonces cuando salía del carro y contemplaba lo mágico que resultaba ser ese momento, quizás por ello desde hace un tiempo he vuelto a mirar hacia arriba.

Las estrellas son hermosas, misteriosas e inalcanzables, y por esto último tratar de alcanzarlas ya no es parte de un sueño. Míralas, están allí siempre, los 365 días del año, desde que nacieron están en el mismo lugar, estáticas, sin descansar, brillando, sin poder ser tocadas y están condenadas a morir lentamente.

Son pequeñas partículas de ilusiones que se juntan para ser algo hermosamente admirable pero que esconden la mas grande decepción, y es que ellas, aun con 10 000 mil años de existencia, están destinadas a pelear con su alma para no convertirse en solo una luz enceguecedora capaz de cubrir los ojos de sus mas fieles admiradores.

Y entonces no hay nada que pueda ser mejor que voltear y encontrar que de enero a marzo la Aurora Boreal aparece en el cielo, con sus colores, con su misterio.

No quiero estrellas que morirán, que desaparecerán, que poco a poco se condenarán a si mismas a la muerte, que peleen por sobrevivir robando de sí lo que las hacen fuertes, y es que ahora sé que la Aurora es aún más brillante y más hermosa.

Podría esperar a enero para admirarla. Dejaré de ser quien admire estrellas, eso se lo dejaré a ellos.

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