lunes, 21 de mayo de 2012

Sobre Charleroy (Parte I)

En un principio el reino de Charleroy era el hogar de los mas nobles habitantes, la alegría coexistió con las tempestades que sin previo aviso llegaron, pero aun así todos sentían que la vida era tranquila y llena de paz. 

La construcción de las calles y casas se rigieron por los mismos planos, la simetría era casi perfecta de no ser por los inconstantes caprichos de cada dueño de hacer único su espacio. Las paredes de cada esquina se decoraron con espejos. Malditos espejos que reflejaban la multitud detrás de cada individuo, haciendo que aquel que se parara frente a él se llenara de duda en cuanto la existencia de sí mismo, la complejidad de su ser y quizás la indudable certeza que todos tenían algo en común. No era aquel reino lo que los hacía parecerse sino la fuerza que sus almas recibieron de los días que nadie se atrevería a recordar ahora.

Claudia era joven cuando pasó por las puertas de Charleroy, el viaje que la llevó en su encuentro con aquellos hombres era tan solo una línea en el libro de su vida. Entró sin ser vista, sembró la semilla del alba y se fue. Tiempo después se conoció que el Rey de Alijas fue el responsable de que aquella joven penetrara las murallas del reino y cometiera semejante osadía. Nadie comprendió por qué. 

Todos presenciaron como la semilla creció aceleradamente hasta convertirse en un hermoso árbol de incontables pies de altura, de exquisitos frutos e inimaginable hermosura. Allí estaba: algunos lo admiraban cuando el sol del verano les hacía reposar bajo sus hojas, otros se abrigaban del frió entre sus ramas, otros simplemente se paraban a admirarlo. Y qué de aquellos que le leían y le cantaban? Malditos espejos que hacían recordar que todos huyeron en algún momento de aquel lugar. Y entonces se hacia menos pesada la culpa para los hijos de Charleroy. 

La Princesa Estela, por su parte, solo era una más de las admiradoras de aquella obra de la naturaleza. Se sentía especial al andar por aquellos prados de pasto verde con sus pies descalzos con la seguridad de que su delicada piel nunca iba a ser quemada en verano por los rayos de sol. Cómo lo sería si las gigantes hojas tapaban el camino que ella recorría?

Oh, pequeña! Que hermosos días, infinitamente más hermosos que aquellos otros. 

Y para entonces nadie imaginó que la Gran Guerra se acercaría. 

Oh! Charlerianos ...   

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