viernes, 2 de noviembre de 2012

Empiezo a dibujar tu rostro con finos trazos, con una inconstante necesidad de dejar grabado en el papel lo que veo, mientras estás allí en silencio, compartiendo la calma, la molesta calma que nos rodea, esa tranquilidad que parece infinita. 

Mi mano tiembla al no poder dibujarte, y entonces paso a lo que creo que  mejor hago, escribir. Te escribo. 

Te describo para mi y guardo celosamente cada detalle en mis recuerdos, creyendo que es la primera vez que se hace. 

No hay vuelta atrás. 







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