Mi amigo; algunas veces voltea y me da la espalda, se convierte en mi enemigo y me hace odiarlo; amarlo cuando mi orgullo y su rostro se encuentran, dejando a un lado las vagas reflexiones de lo que debería ser mi alma. No encuentro palabras para descifrar y saber por qué está aquí, esperando mis momentos de angustia, de impaciencia, de confusión. Veo que al parecer le gusta jugar este juego de frialdad y decadencia que me ha llevado a ser lo que soy hoy.
-¿Te vas para no volver?
Parecen instantes de lucidez, dónde mi corazón se permite respirar aquella libertad tan anhelada pero a la vez tan desconcertante. Son sentimientos de culpa, tal vez. Las palabras vuelan y ven en el cielo la oportunidad de salir de aquel espacio que conocen y es cuando se preguntan si están haciendo lo correcto.
-Quizás –replica la conciencia-
Y entonces vuelven a su lugar. No soportan la libertad; sus almas no quieren ser descubiertas. El silencio guarda para ellas la tranquilidad que la ciudad no puede darles.
El silencio, mi amigo; mi querido enemigo.
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